Resultan curiosos los sentimientos que nos pueden surgir según estamos en un sitio o en otro, mirando a un lado o al otro, estando con una persona o con otra. Sentir, es una de las cosas que nos hace distintos. Cada uno de nosotros percibimos las cosas y los lugares de diferente manera. Yo, por ejemplo, en una librería encuentro diversión, nuevos mundos que explorar y nuevas historias que descubrir. Pero donde yo veo diversión, otra persona puede ver un manojo de libros aburridos sin ningún interés. Del mismo modo, hay personas a las que les apasiona el golf. Yo lo odio, me parece extremadamente aburrido. Pero eso no quita que para otra persona no sea especial. Puede que las sensaciones de un golfista al pisar el campo de golf sean las mismas que las mías al pisar una librería, ¡quién sabe!
Son los sentimientos y los recuerdos que nos surgen, los que nos van a acondicionar a preferir unos sitios u otros. Un espacio aburrido puede convertirse en especial, si en él vemos un recuerdo o una actividad que nos es preciada.
Por mi parte, puedo decir que un enorme bloque de cemento con un cristal grande y de suelo naranja, me hace sentir un sin fin de cosas distintas. Resulta curioso verdad? Quiero decir, en un bloque de cemento no hay mucho que ver normalmente. Pero estando frente a él, frente a la cristalera realmente es lo de dentro lo que más llama a mi sensibilidad.
Aquí en este polideportivo en especial, es donde suelo pasar la mayoría de mis tardes durante varias horas, practicando el deporte que más me gusta, el vóley. Ahora estoy fuera, viendo a mis amigos y compañeros de equipo jugar contra otro equipo.
Lo primero que me encuentro al mirar por el cristal, es con la enorme red que la cubre, no impide la visibilidad, pero la verdad es que resulta bastante molesto tener que mirar entre los cuadraditos, por no hablar de la portería de fútbol sala que tengo justo en frente. Desde esta perspectiva, el color que predomina es el del anaranjado suelo, en el que está delimitado el campo de juego. En medio del campo, se encuentra la red, que lo atraviesa de un lado al otro. Alzando un poco más la vista, mis ojos se encuentran con el techo, el cual está lleno de enormes hierros y focos. De hecho, en el techo también encuentro un par de balones (de vóley también) encajados en el techo. Siempre me pregunto cómo han llegado ahí. Lo más lejos que puede llegar mi vista es a la enorme cortina gris de plástico que separa los dos campos de vóley que hay. Si esta estuviera recogida, podría ver además la entrada a las pistas. Al lado la recepción, a lo lejos los vestuarios y la piscina climatizada, y encima de la segunda pista, otra cristalera que da vistas del gimnasio. Obviamente esto no lo estoy viendo, pero el esquema mental me aparece rápidamente al recordar la repartición del lugar.
Dentro del pabellón, el equipo de senior masculino de mi club se enfrenta a su rival. Las acciones se desarrollan con una muy cercana familiaridad: primero calentamiento, después calentamiento en parejas con balón, ataques, saques y empieza el partido. En cada campo se encuentran los 6 reglamentarios y un poco más lejos está el banquillo lleno de unos cuantos chicos más. El partido comienza y está bastante reñido. No quiero hacer un análisis deportivo del juego, pero la verdad es que a veces me impresiona la complejidad del vóley y eso que llevo jugando casi 6 años.
Observándolos y a pesar de que estén a un nivel muy superior al mío, hay veces que me dan ganas de corregirlos, de decirles que la jugada que han hecho no era la adecuada o simplemente me dan más ganas aún de jugar un partido.
Lo que a todos nos une al pabellón, es la pasión por ese deporte y los compañeros con los que estamos. Resulta muy curioso como un espacio casi vacío, lleno de las personas indicadas puede cambiar tanto de repente. Parece algo evidente, pero si algo nos apasiona, el lugar donde se desarrolle va a convertirse automáticamente en especial. De hecho, estando aquí fuera, me atrevería incluso a decir que las sensaciones cambian al estar a un lado o al otro del cristal, a pesar de que la diferencia sea tan solo de unos pocos centímetros.
¿Por qué he elegido este lugar? Porque además de ser uno de los sitios en los que más tiempo paso, es donde mejores momentos comparto junto a mis amigas practicando uno de los deportes más complejos y que más nos gusta. También lo he elegido, porque creo que el deporte, sobre todo el deporte en equipo, aporta una disciplina y cualidades que son necesarias para el desarrollo de la vida.
¿Qué me hace sentir a gusto? Lo que más a gusto me hace sentir es la compañía, el ambiente deportivo que se crea en él. Dentro del pabellón no somos estudiantes de colegio ni de universidad, no hay que preocuparse del trabajo o de las entregas pendientes. En las horas de entrenamiento y partido, es como una especie de burbuja en la que lo único que importa es el deporte.
¿Existe algún elemento disruptor? Creo que de manera permanente y constante, no hay ningún elemento demasiado molesto. Pero también he de decir que dependiendo del día o del estado anímico de uno mismo, la calidad como jugador puede variar. Si he tenido un mal día o estoy estresada o preocupada por algo, puede que ese día entrene o juegue peor. También dependiendo de las personas que seamos, un entrenamiento puede ser más o menos aburrido y constructivo. Aunque parezca una observación un poco rara, lo que creo que más me molesta es el clima dentro del pabellón. Cuando estamos en verano hace excesivo calor sofocante y al revés cuando estamos en invierno. Creo que eso es definitivamente lo peor.
¿Crees que te sentirías igual en otro espacio ahora mismo? A no ser que fuera otro pabellón, no creo que me sintiera igual en ninguna otra parte. Y aunque lo fuera, para sentirme igual que en este, necesitaría a mi equipo, que me da un cierto confort a la hora de jugar y a mi entrenador.
¿Piensas que las condiciones de este espacio influyen sobre sus ocupantes?¿Cómo? Este espacio ejerce una influencia muy notable sobre sus ocupantes. Es como que al entrar con la ropa de entrenamiento o de juego, rodilleras y zapatillas, todos cambiamos de alguna manera. Lo que de primeras igual sería un grupo que no tiene nada que ver entre sí, en la pista todos entendemos el lenguaje del vóley. Además, al estar en el campo, también hace falta tener una constancia muy clara del entorno que nos rodea: donde estamos situados respecto a la red y a las líneas que delimitan el campo, hasta dónde llega el techo para que la pelota no lo alcance o cómo se sitúan los focos del techo para evitar deslumbrarse al mirar hacia arriba. Así que se podría decir que el espacio influye en cada uno de nosotros tanto de manera simbólica como de manera real.
¿Cambiarías alguna cosa? Lo que cambiaría sería el acceso directo a la piscina climatizada, que aumenta la humedad y el calor en el interior. En el exterior, en la parte superior de la cristalera, añadiría un pequeño techo que sobresaliera, para que los días de lluvia se pueda estar sin tener que mojarse. Dentro del pabellón, añadiría también unas cuantas gradas más en los laterales para permitir el acceso a un mayor número de espectadores.